Pisando los talones, y otros, de Henning Mankell

-Seguramente seré un viejo iracundo e insoportable como mi padre.  Eso si llego a vivir para cobrar la pensión, la pensión de policí­a, poca cosa ¿por qué no te vas a dormir?
-No puedo dormir, además he de aprovechar que no tengo que cuidar a los niños, quizá mañana no disponga de tanto tiempo. Tú sí­ deberí­as ir a casa y acostarte, pero a casa, no echarte en el catre de la comisarí­a un rato ¿te has visto en un espejo?
No, no me habí­a mirado en un espejo, pero eso que me decí­a Ann-Britt me dio que pensar, porque ella no estaba precisamente bien, y eso que es una mujer guapa.  Pero tení­a razón, esta mañana me perdí­ la hora que tení­a con el médico por lo de la diabetes que me acaban de detectar; otra preocupación añadida.   No hago más que beber agua, y ya me he tenido un desvanecimiento, es lógico que Ann-Britt y los demás compañeros estén preocupados por mí­. Pero ahora no puedo flaquear, no con ocho cadáveres esperando a que descubra quién los ha matado, y quién sabe si no habrá alguno más, si no encontramos pronto a su asesino.  No puedo seguir alimentándome así­, a base de pizzas y salchichas, he de llevar una dieta estricta.
-¿Por qué mata a gente disfrazada?  Unos muchachos en el bosque, celebrando la noche de San Juan, unos recién casados en la playa ¿por qué mata a gente a la que se ve feliz y disfrutando de la vida? ¿Por envidia?
-O quizá por compasión, porque sabe que la vida es triste y amarga, y así­ les evita la pérdida de la felicidad.  Mueren con la sonrisa puesta.
-No sé qué me horrorizarí­a más que fuera, Kurt.
¿Qué está pasando en Suecia para que se den aquí­ este tipo de crí­menes que acostumbramos a ver como algo de serie americana?  Este paí­s era antes paradigma de la civilización, nosotros inventamos el estado del bienestar, cómo hemos podido crear gente capaz de pensar así­.
-Kurt ¿te encuentras bien? este caso te está afectando mucho.
-Echo de menos a Rydberg, él habrí­a sabido dirigir la investigación mejor que yo.
-No lo creo, tú lo estás haciendo muy bien, tratando con un fiscal nuevo y además… hemos perdido un buen policí­a también.  Aún no acabo de asimilar el que Svedberg sea esta vez una ví­ctima, y no esté a nuestro lado investigando.  Pero es cierto que tiene que ser muy duro para ti, una vez me dijo que tú eras su mejor amigo.
-Sí­, sé que decí­a eso, pero lo curioso es que apenas nos tratamos, y aún así­ me consideraba su mejor amigo.  Yo nunca lo habrí­a creí­do.  Con su muerte estamos descubriendo que no sabí­amos nada de un compañero que llevaba tantos años con nosotros.  Cómo cambia la perspectiva que tenemos de una persona cuando está sujeta a una investigación policial, aunque haya sido alguien de entre nosotros.
-Todo son cabos sueltos en este caso, o en estos casos, que ya no sé si es uno, dos, o tres, ni siquiera eso. ¿Sabes? quiero que acabe esto y poder dedicarme a mis hijos un tiempo.  Voy a separarme de mi marido.
– Lo siento, pero lo entiendo, esta es una profesión para solitarios, aunque en realidad yo me sorprendí­ mucho cuando mi mujer me dejó.  Luego lo fui pensando y me di cuenta de que era como si viviéramos separados ya hací­a tiempo.  Pero, con todo, me sorprendió.
Nos mantenemos gracias al café.  Aquí­ estamos todos, cada uno en su mesa, a veces en la de juntas, todos rodeados de papeles, todos con el teléfono en la mano, todos los que tienen casa y familia llamando para decir que esta noche tampoco saben cuándo llegarán, si llegan.  Y los periodistas pendientes de nosotros, y el director, y hasta el ministro.  Es mucha presión  para tener que ir con terrones de azúcar en el bolsillo por si sufro un desfallecimiento, una bajada de azúcar.  He engordado ¿cómo voy a poder llevar una dieta sana con este trabajo?  Cuando resuelva este caso, que lo resolveré, tendré que coger unos dí­as de baja.  Martinson estuvo a punto de dimitir, el anterior fiscal se fue, dejó a su mujer y se fue a trabajar unos años en misiones de socorro internacionales; Rydberb murió de cáncer, y tras su muerte también fue evidente que no sabí­amos nada de él ¿y yo? Yo no sé ponerme a pintar cuadro tras cuadro, como mi padre, todos iguales, todos esos bosques con un sol pálido, a veces con urogallo, a veces sin él, pero siempre el mismo.  Quizá debí­ hacerle caso y no meterme en la policí­a, pero esto es lo que soy y ya no sabrí­a hacer otra cosa.  Lo que no quiere decir que cada dí­a no sea más difí­cil.
-¿Por qué alguien matarí­a a unos jóvenes, los meterí­a en bolsas de plástico, los enterrarí­a, y mes y medio más tarde los sacarí­a y los volverí­a a colocar como estaban, merendando, con su mantel y sus vasos de vino? ¿Qué saca con todo eso?
-Lo peor es que cuando lo sepamos, cuando nos lo diga, porque acabaremos cogiéndole y nos lo dira, lo más seguro es que tampoco lo entendamos.  Esa es la principal diferencia existente entre ahora y cuando entré en la policí­a. Antes entendí­a a los delincuentes, el que robaba tení­a un motivo, incluso a veces podí­a comprender al que mataba, pero estas acciones no, ya no las comprendo, y me temo que un policí­a que no comprenda está abocado al fracaso.
-Kurt, tenemos un buen grupo, trabajamos, nos esforzamos, y sé que tú nos llevas por el camino correcto. Lo lograremos.
-Vivimos en la era de los nudos corredizos. La inquietud aumentará bajo el cielo.

Kurt Wallander un policí­a sueco, cuarentón, separado y de carácter melancólico es la gran creación del novelista Henning Mankell.  Su saga de novelas, que comienza en «Los perros de Riga» y continúa con «Asesinos sin rostro», «La quinta mujer», «Pisando los Talones», «La leona blanca», «Cortafuegos», «La falsa pista» y «El hombre sonriente», es de obligada lectura para los amantes de la novela policiaca seria y sin concesiones excesivamente fantasiosas.

Oz

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