Este libro recrea las memorias íntimas de un emperador
romano del siglo II, imaginadas y compuestas en lenguaje actual por una
escritora francesa del siglo XX. La tarea resulta tan abrumadora que una
persona con una pizca menos de talento que la Yourcenar habría, sin duda alguna,
fracasado con estrépito. Sin embargo, esta obra se convirtió, ya desde su
publicación (1951) en una de las creaciones literarias más celebradas de su
época, maravillando y sorprendiendo tanto por la precisión de su lenguaje como
por la sensibilidad con la que expone el pensamiento romano clásico. Aunque se
la siga considerando una “novela histórica”— sin duda por pereza— lo cierto es
que de “novela” —entendida como una narración de eventos en los que se ven
involucrados varios personajes— no tiene mucho. Histórica sí que es, por
supuesto, en el sentido de que sucede en tiempos pasados, aunque ese suceder se
centre más en las elucubraciones del personaje principal que en otros
escenarios más geográficos. De todos modos, su historicidad es innegable porque
nos abre con efectividad al conocimiento de una determinada época. Al acabar de
leer este libro cuenta uno con una idea mucho más clara del período histórico
en cuestión (en este caso el imperio romano), y eso es algo de lo que pocas
novelas históricas pueden presumir. Además, también es divertido, permítanme
que lo diga en contra de la opinión de quienes han abordado su lectura buscando
las aventuras de una novela formal. Aquí las aventuras y las emociones suceden
en el ámbito mental, no siendo, por ello, menos emocionantes.
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