La araña negra / Vicente Blasco Ibáñez

No sé si esta novela se podría calificar de morrocotuda, pero lo que queda fuera de toda duda es que es tremebunda. Y quien dice tremebunda dice truculenta, aterradora, terrible, brutal, ácida, cruda, dura… Su autor la escribió a los veinticinco años y posteriormente la repudió por considerarla demasiado folletinesca.

¿Folletinesca? Por supuesto, pero en grado sumo. Digámoslo de una vez: esta novela es un PANFLETO en toda la regla. Aunque si un panfleto se define como “un escrito breve, generalmente agresivo o difamatorio”, deberíamos obviar lo de “breve”, puesto que “La araña negra” consta de dos tomos de letra apretada, con más de quinientas páginas cada uno. Este Blasco Ibáñez poseía la diarrea creativa propia del bestsellerista decimonónico.

Cosa más demodé que estos dos libros no puede existir en el mundo. Si les cuento dónde los he encontrado, no se lo van a creer. Pero como me gusta fomentar la incredulidad, se lo voy a contar. Pues sucedió el año pasado en un piso cochambroso del gótico barcelonés. Lo habían dejado desocupado una pareja de ancianos por causa de la mayor fuerza mayor existente en este mundo. Uno de ellos (de los libros, no de los ancianos, q.e.p.d.) servía para equilibrar un tosco mueble bastante cojito. El otro apareció mezclado entre ejemplares de Salgari, Julio Verne, Dumas, y algunos tomos de la Enciclopedia de la Cocina Catalana. También salieron a la luz unas pocas fotos antiguas de mucho interés histórico, a través de las cuales pude deducir que el macho de la pareja había sido militar de baja graduación. Recuerdos de ancianos difuntos que ya no le importan a nadie. Qué triste, qué truculento, qué romántico, qué tremebundo. Qué pena. Me llevé los dos tomos bajo el brazo, claro.

¿Qué hacía yo en aquel piso? Esa es otra historia, que no viene al caso. El caso es que esta obra, y por fin lo voy a decir, se dedica a poner a parir a los jesuitas. Sí señores. Si ustedes se creyeran la tercera parte de lo que aquí se cuenta, saldrían raudos a la calle con el noble objetivo de asesinar jesuitas a puñetazos, pistoletazos, puñaladas o estrangulamiento, no importa el sistema, puesto que estarían firmemente convencidos de estar realizando un bien extraordinario a la humanidad.

Son tales las burradas que don Vicente nos narra, es tal la maldad hiperconsciente de estas arañas negras (los jesuitas, por supuesto), tal su crueldad, su bajeza, su manipulación, su falsedad, su desprecio por todo lo bueno del ser humano, que la boca se nos abre casi a cada página, formando bonitos gestos de sorpresa e incredulidad. ¡Oh, ah, oh! ¡No puede ser cierto! ¡Es imposible que sean tan malvados! Ni el mayor asesino de la historia, ni el sádico más sádico de la novelas de casquería llega a la suela de los zapatos a estos negros jesuitas, puesto que hacen lo mismo que estos infrahombres, pero con un plus de premeditación, alevosía y desprecio infinito por sus víctimas.

¿Son así en realidad los jesuitas? ¿Lo han sido en algún momento de su ignaciana historia? Pues no lo sé, aunque supongo que la cosa no será para tanto. Malvados, quizá, pero los más malvados del malvadismo mundial, pues lo dudo un poco. “Jesuítico”, en el diccionario, equivale a “hipócrita”. Vale, pero de “hipócrita” a “demonios tremebundos” va más de un paso.

Paso que le cuesta poco dar a don Vicente puesto que fue un político republicano muy activo en la lucha contra los monárquicos. Y quien dice reyes dice curas (y derivados). Es innegable que los odiaba. Es seguro que los tenía como origen de casi todos los males de la patria. Es posible que escribiera esto para mostrar al mundo la realidad de la infame reacción religiosa. Lo que pasa es que se pasó un pelín.

Y este pelín es el que hace muy divertida a esta novela. ¿Nunca han disfrutado ustedes leyendo un panfleto? Pues eso. Y éste está correctamente escrito, es muy ágil y se sigue con pasmosa facilidad. Son más de mil páginas de exageraciones varias. Bueno, varias no, que todas se centran en el mismo tema: desenmascarar a los jesuitas por activa, por pasiva, y por gerundia (hasta son feos, sucios, procaces y… por cierto… ¿se acuerdan ustedes de aquello de los siete pecados capitales, a saber: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza?, ¿sí?, pues se les quedan cortos). Quedan avisados.

Aviso final. También hay personajes muy buenos y muy puros, por supuesto. Sobre alguien habrá que practicar el mal. Suelen ser republicanos, los pobres, vaya usted a saber por qué. ¿Demagogia? Pues sí. ¿Y qué? La cosa es pasárselo bien. Esto es sólo literatura, no lo olviden.

Alberto Arzua

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